Testimonio del Sr. Edgardo Burke –  edgardo.burke@gmail.com

Siempre me rehusé a la idea de implantarme cuando me lo proponía mi otorrino. Un poco porque no sabía, y no conocía a nadie implantado. Porque la idea de la operación me daba miedo, porque con los audífonos nunca tuve una experiencia auditiva de oír perfecto. Siempre fue un sonido latoso, donde todo me llegaba junto y desordenado. Pensaba que implantarme seria más de lo mismo. Me justificaba al doctor diciendo que «no lo necesito, así me manejo bien». Y sí, me manejaba bien, pero no sabía ¡cuanto lo necesitaba!

Con el uso de los audífonos, mi pérdida auditiva se iba perdiendo más rápido que las mejoras tecnológicas surgían, y ya no quedaban muchas más soluciones, más que hacerme la idea de no escuchar. En el transcurso, uno va aceptando cosas por resignación, algunas conscientemente, como dejar participar activamente en una conversación en grupo a la par de los demás. Todo se resume en preguntar a otro “¿Qué dijo? ¿Qué hablan?”. Y otras inconscientemente, muchas otras, son invisibles, simplemente desaparecen cuando uno las deja de oír y luego uno se olvida que están ahí.

Por suerte me encontré en una situación nueva, un nuevo trabajo, con muchas personas que tenían muchas ganas de hablarme a pesar de mi condición, y sentía que no estaba aprovechándolo. Quería pero no podía. Necesitaba y no podía. Me sentía la mayor parte del tiempo incomodo, sin saber si había entendido bien, y me hizo replantear un montón de otras situaciones incomodas, que por ahí las tomaba como normales. Quería cambiar. Así que junte ganas, muchas ganas, y fui a mi otorrino de IORL, que me puso inmediatamente en contacto con el Dr. Santiago Luis Arauz. Él y su equipo me ayudaron a despejar algunas dudas, y me pusieron en contacto con una persona implantada, y eso me sirvió para darme una idea de lo que vendría.

Finalmente me implante de un oído y un mes después de la operación, llego el día del encendido, y empezar a despejar la duda: «¿Cómo escucharé?». El primer día fue alegría de saber que funcionaba, que mi oído estaba ahí, pero también me pareció que iba a ser difícil, porque no podía diferenciar. Todo era muy agudo, y yo estaba acostumbrado a los graves.
Cuando salí a la calle me hizo dar cuenta como ignoraba un mundo enorme de sonidos que me rodeaba, que no era solo escuchar para hablar. Todo hacia ruido, y desde ahí fue un “Mirar y escuchar, mirar y escuchar…”

A medida que pasaban los días, la cosa mejoraba. Las interacciones en el trabajo, me dieron un entrenamiento intenso, y en 2 meses aproximadamente deje de usar el audífono del otro oído. Solo escuchaba con el implante.

Con el implante empecé a poder escuchar una persona, en el barullo de los bares, sin que me aturdiera, o me doliera la cabeza. Con los audífonos no podía, solo escuchaba el barullo. Empecé a conversar sin leer los labios, y poder seguir una charla en grupo. Dirigir la mirada, tan rápido como alguien alzara la voz, y no enterarme después cuando todos miraban a otra persona.  A incorporar música nueva. Solo escuchaba música conocida, porque casi nunca oía al cantante.

Empecé A ponerle volumen a la tele y sacarle los «captions». Aunque la tele a veces es difícil. Hasta me instale un teléfono fijo “para practicar”, pero casi ni lo uso, como todos.

Empecé a no sentirme incómodo. A integrarme más. Es lo que quería.

En el proceso fui sintiendo como mi cabeza se iba modificando para poder aprovechar más el implante. La mejora fue día a día. No de un día para el otro. Cada día me sorprendía de mi progreso. “¡Le entendí, no le tuve que volver a preguntar!”. El progreso lo sentí como un ejercicio. Un ejercicio que resulta más fácil cada vez más se repite. Un día llegue a sentir que lo que escuchaba, era tan naturalmente como lo recordaba con mis propios oídos, como si ellos estuvieran ahí desde siempre, y ese día empecé un poco a olvidarme que era sordo.